Se dice que no hay más lazos de sangre que los de la familia. En donación de sangre ese dicho se expande, para abarcar todos los lazos de sangre que se han creado a lo largo del tiempo entre miles de personas, pacientes y donantes, que ni siquiera se conocen. En Cruz Roja llevamos casi 60 años ayudando a crear lazos de solidaridad y hay familias que suman ya tres generaciones donando sangre con nosotros. Familias que salvan vidas de tres en tres.
Es el caso de la familia Saturio. Esta es su historia. Y la nuestra.
Por toda la Comunidad de Madrid, sin que los veas, hay millones de lazos de sangre entre donantes y pacientes que en algún momento han necesitado una transfusión. Aunque no lo sepan, unos y otros se cruzan a diario por la calle. Nunca se reconocen, pero en realidad llevan la misma sangre. Para muchos, y desde 1960, Cruz Roja ha sido su referente en donación de sangre; y lo sigue siendo. Cada unidad móvil de donación lleva un compromiso solidario, una cadena altruista que no deja de crecer y que salva vidas de tres en tres.
“Estoy muy orgulloso de que mi familia también se haya hecho donante. Me alegra mucho porque de esa forma seguimos ayudando a otras personas”. Con un brillo en los ojos propio de un padre y abuelo realmente orgulloso, así de emocionado responde Pedro Saturio cuando se le pregunta qué siente al ver que sus hijas y nietas han heredado su hábito de donar sangre. Él mismo lo hizo durante más de un cuarto de siglo, hasta los 65 años. A partir de ahí, y para preservar su salud, no se suele permitir donar a los mayores, algo que él no termina de entender. “Si de mí dependiera, claro que seguiría siendo donante, si a mí nunca me ha dolido y sé que es un beneficio enorme para mucha gente”, afirma Pedro con rotundidad.

El vínculo de Pedro con Cruz Roja se remonta a finales de los años sesenta, cuando trabajaba en Standard Eléctrica. Por esos años, Cruz Roja ya colaboraba en la donación de sangre. Sus autobuses transitaban ya entonces por todo Madrid ofreciendo solidaridad y altruismo a quien quisiera subirse a ellos. Standard fue una de las primeras paradas de esa cadena. El día que Pedro decidió subirse al autobús andaba cerca de los cuarenta años. Ahora acaba de cumplir 89 y mantiene el mismo entusiasmo y el mismo compromiso de esa primera vez.
“El autobús de Cruz Roja venía con frecuencia a la fábrica. Me ofrecí como voluntario el primer día, y estuve más de veinte años haciéndolo así. Luego he ido a donar a otros sitios, siempre con Cruz Roja. Animé a muchos compañeros a hacerlo también. Les insistía siempre en lo importante que es y en el bien que se hace. Lo pude ver por mi mujer, que ha necesitado mucha sangre y, gracias a la donación, pudo vivir mucho tiempo”.
De padres a hijos
Iniciados los noventa, la familia Saturio iba a consolidar su segunda generación de donantes. La experiencia personal de la madre y el entusiasmo del padre hicieron muy fácil ese relevo generacional. Una de sus cuatro hijas, Carmen, se presentó nada más cumplir los 18 años en la sede de Cruz Roja, pero salió sin poder donar. Pesaba apenas 48 kilos, dos menos que los 50 kilos necesarios. En los años siguientes volvió a intentarlo varias veces, pero no había forma de ganar peso.
“Cuando mi padre empezó a donar, habíamos nacido dos de las cuatro hermanas. Si no hubiera sido por las transfusiones, mi madre hubiese muerto en uno de los partos. Con un acto tan sencillo como la donación, mi madre seguía con nosotros, así que tenía toda la concienciación del mundo para hacerme donante. Pero no hubo forma porque no conseguía engordar. Luego me casé. Tuve un embarazo fallido en el que perdí a mi hijo, y en el que me transfundieron mucha sangre. Tardé tiempo en reponerme del golpe. Desde entonces gané peso, así que cuando recibí los análisis donde se indicaba que todo estaba en orden, rápidamente volví a Cruz Roja y pude donar. Fueron momentos muy duros, pero también mi primera donación, y desde luego la vez que me he sentido más orgullosa y feliz por donar”.
Proximidad y eficiencia
Muchos de los donantes habituales de Cruz Roja no conocen en detalle toda la experiencia y dedicación internacional de Cruz Roja en donación de sangre. Tampoco es necesario. Les basta sentir que es una institución muy próxima, y estar ligados a ella por vínculos que en ocasiones resultan difíciles de explicar. Con frecuencia, ser donante encuentra su contraparte cuando algún amigo o familiar recibe una transfusión. Es el caso de Carmen Saturio, para quien Cruz Roja ha sido un constante apoyo y una parte muy cercana en la vida de su propia familia.
“Mi marido, Miguel Ángel, también era donante. De hecho, solía donar más a menudo que yo. Una vez, en una campaña de donaciones que organizaban el Estudiantes y Cruz Roja en la Plaza de Felipe II, aprovechando un partido de baloncesto, fuimos a donar. Los dos hemos sido muchos años socios de Estudiantes. Mientras le hacían las pruebas previas, la médico comprobó que mi marido tenía la presión arterial disparada. Le trataron de inmediato en el mismo autobús, le medicaron y no le dejaron salir hasta que el problema remitió. De ahí fue a urgencias, y desde entonces toma una medicación especial para controlar la hipertensión. No pudo volver a donar, claro, pero está controlado y vuelve a estar en forma. Ese día sentí que Cruz Roja nos había vuelto a salvar la vida”, asegura Carmen.
Donar sangre de forma habitual suele favorecer este tipo de lazos. Las mujeres pueden donar un máximo de tres veces al año, y cuatro los hombres. En un parto con complicaciones pueden llegar a hacer falta hasta seis bolsas de concentrados de hematíes. En un accidente de tráfico, hasta treinta. En promedio, en la Comunidad de Madrid se necesitan 900 donaciones de sangre diarias. De ahí la importancia de la fidelización de los donantes de sangre y del relevo generacional.
Solidaridad en el campus
En el caso de la familia Saturio, ese relevo generacional ha vuelto a completarse con precisión casi matemática. El ejemplo más reciente es el Nuria, de 22 años, nieta de Pedro y sobrina de Carmen, estudiante de doble grado de Ingeniería Informática y Matemáticas en la Universidad Autónoma de Madrid.
“En casa he oído hablar siempre de donación de sangre. Como además ha habido familiares directos que la han necesitado, tenía muy interiorizada la importancia de donar. Así que el día en que vimos el autobús de donación enfrente de la facultad, varias compañeras decidimos subir y donar. De momento solo he donado esa vez, aunque repetiré. La experiencia me hizo sentirme sumamente bien. Me sentí muy valiente, y una parte más de la cadena que inició mi abuelo”, señala.

“Los autobuses son una opción excelente para donar. La excusa de no tener tiempo ya no te sirve cuando ves uno enfrente de tu facultad. Gente que a lo mejor hasta ese día ni se lo había planteado, ve ahí delante el autobús y sube. Y cuando te sientas en ese sillón ya no hay forma de dejar de donar. Por eso merece la pena animar a amigos y a gente de mi generación. Es cierto que al principio impone, pero luego no te cuesta nada y el beneficio que aportas es inmenso. Tengo muy claro que voy a seguir donando”, expone Nuria.
Con las unidades móviles de donación, en Cruz Roja seguimos el lema de nuestra institución, estar “cada vez más cerca de las personas”. Seguimos un criterio de proximidad para garantizar que nuestros voluntarios y profesionales están allí donde se les necesita, facilitando la donación a todas las personas.
Pedro, Carmen, Miguel Ángel o Nuria son cuatro de todos los donantes que Cruz Roja ha enlazado a lo largo de su prolongada experiencia. Una familia que atesora una historia de donación que le hace muy especial. Pero tan solo es una entre las más de 112.000 personas que el año pasado se subieron a uno de los autobuses de la solidaridad. Así que cabe plantearse cuántas historias como la suya se esconden en ese tránsito anual de superhéroes. Y cuántos pacientes se siguen beneficiando de él en este mismo instante. Eso es lo que Cruz Roja representa desde hace 59 años en la Comunidad de Madrid.